domingo, 10 de abril de 2011

El juego de las diferencias Puntos en común: exposición mediática y bellas mujeres. El desafío del presidente francés: convertir a Carla Bruni en Prim

Pionero en tener en vilo a la prensa rosa de nuestro país, el ex presidente neoliberal populista Carlos Menem bailó tangos y zambas, se “colagenó”, se puso un lindo quincho, se tiñó (y batió) el pelo y se casó con la chilena Cecilia Bolocco, cuyo mayor mérito curricular fue obtener el título de Miss Universo 1987.

Corría el 2001. Atrás habían quedado los detalles folletinescos de su divorcio de Zulema Yoma. Habrá que decir que Bolocco es la más bella de las mujeres que tuvo al lado un ¿peronista/ justicialista? –uno no sabe ya cómo llamar a tanto militante del movimiento que engloba y al minuto transmuta o traviste en otra cosa en nombre de su fundador– en la Casa Rosada. Porque fue allí donde nació ¿el amor?, cuando Cecilia lo entrevistó ya en su rol de periodista y conductora de un programa de la televisión de Chile. (Aunque fue la revista Caras la primera que anticipó el noviazgo). A Carlos y a Cecilia no les fue bien, pese al despliegue mediático. Con el correr del tiempo, Menem se puso cada vez más desteñido en todo sentido, hasta llegar al ceniza que luce ahora y está de supermoda, y la Chechu cometió varios papelones –siempre linda, con un cuerpo envidiable–, pero con una tendencia un tanto imprudente al top less y a varios otros less, que incluyeron juegos eróticos con algún empresario italiano. Cecilia logró tener un hijo, Máximo, pero no llegó a ser Primera Dama, en tanto que él no resultó reelecto. Y el romance terminó en anuncio de separación oficial en mayo del 2007.

Lejos del universo de cabotaje, el presidente de Francia, Nicolás Sarkozy –“Sarkó”, para los iniciados– publicita de manera un tanto llamativa su noviazgo con la espectacular Carla Bruni, a cuyo lado Bolocco es algo así como Menem jugando al golf con Tigger Woods. Bruni, nacida en Turín –donde pasaba largas temporadas Friedrich Nieztche, al igual que muchos intelectuales apasionados por el lugar– luce una pátina de sofisticación notable, además de portar una belleza exótica. Su último marido es el filósofo Raphael Enthoven, padre del niño Aurelien, a quien en las fotografías lleva a babuchas Sarkó.

Bruni es “progre” y muy lectora. Accedió a ediciones especiales cuando tuvo un affaire con el editor literario Jean Paul Enthoven, abuelo de su hijo. En su último disco, “No promises”, 2007, puso música a poemas de William Butler Yeats, Dorothy Parker, Emily Dickinson y de la inefable poeta Christina Rossetti . El presidente Sarkozy, sólido y carismático líder de la derecha populista francesa, acaba de declarar en conferencia de prensa ante 600 periodistas de todo el mundo que su noviazgo con Carla es “en serio”, que se casarán, pero los medios “se enterarán cuando la boda se haya llevado a cabo” y que precisamente han decidido “marcar una ruptura con la deplorable tradición de la vida política francesa: la hipocresía y la mentira”. Clara alusión a sus predecesores, el socialista François Miterrand, que mantuvo en paralelo una segunda familia y en cuyo entierro se abrazaron legales y entenados. También aludió a los eternos chisporroteos amorosos de los derechistas Jacques Chirac y Giscard d’Estaing, “le roi”, por cierto jamás blanqueados. Sarkó, de aires napoleónicos en gestualidad y estatura, apostó al marketing de aumentar su popularidad promocionando el romance. Todo muy lindo y farandulero, pero según encuestas recientes, la popularidad de Sarkozy bajó siete puntos: a los franceses de la derecha tradicional no les hace ninguna gracia que su presidente se pasee de la manito de aquí para allá con la chica que alguna vez estuvo en los brazos de un señor un tanto vulgar, como Donald Trump. ¿O será una maniobra de la izquierda? Entre la sospecha y la paradoja, el mundo se pregunta si Bruni –diva top si las hay– llegará este año a ser primera dama del país que por estos días festeja los cien años del ícono intelectual feminista de la “gauche” francesa: Simone de Beauvoir. Sus cartas íntimas dicen que sufría terriblemente, más allá de lo que su vida y su obra exhibieron paradigmáticamente. Carla Bruni y Sarkozy, lejos de Beauvoir/Sastre, ¿tendrán más suerte?

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